miércoles, diciembre 05, 2007

James Joyce, Dublinenses : fragmento de Araby


"Su vestido se balanceaba a cada movimiento de su cuerpo.y la suave trenza de su pelo oscilaba de un lado al otro.
Todas las mañanas, me instalaba en el piso de la sala que daba a la calle, para vigilar su puerta. Colocaba las persianas de manera que solo dejaran un espacio de dos o tres centímetros; de esa manera nadie podría verme. Cuando aparecía en el umbral, mi corazón daba un brinco. Corría hasta el vetíbulo, recogía los libros y la seguía. No perdía de vista su oscura silueta, y cuando nos aproximábamos al lugar en que nuestros caminos se separaban, yo aceleraba el paso y me adelantaba. Esto sucedía todas las mañanas. Nunca le había hablado, excepto circunstancialmente, y sin embargo su nombre era como un premio para mi tonta sangre.
Su imagen me acompañaba hasta en los lugares más reñidos con el romance. En las tardes del sábado, cuando mi tía iba a hacer sus compras en el mercado, yo debía transportar algunos paquetes...De pronto su nombre afloraba a mis labios en extrañas plegarias y rezos que yo mismo no entendía.A menudo se me llenaban los ojos de lágrimas (no me explico porqué) y a veces, un torrente nacido de mi corazón parecía derramarse dentro del pecho... No me importaba mucho el futuro. No sabía siquiera, si alguna vez le hablaría o no; y tampoco imaginaba, si llegaba a hablarle, en que términos le confesaría mi confusa adoración...


Por fin ella me habló. Cuando me dirigió las primeras palabras me sentí tan confuso que no supe que reponder. Me preguntó si iría a Araby, no recuerdo si le contesté sí o no. Sería una hermosa feria -dijo- y agregó que le gustaría muchísimo poder ir.
-¿Y porqué no puede ir? -le pregunté.
Mientras hablaba hacía girar constantemente un brazalete de plata que llevaba en la muñeca. No podría ir, dijo, porque esa semana habría retiro en su convento. Mientras hablábamos, su hermano y otros dos muchachos, luchaban por sus gorras, y yo estaba solo en la reja. Se tomó de uno de los barrotes e inclinó la cabeza hacia mí. La luz del farol de frente a nuestra puerta dibujó la blanca curva de su cuello, le iluminó el cabello y también la mano apoyada en el barrote. La luz caía sobre un lado de su vestido y tocaba la blanca orla de su enagua, solo visible mientras estaba parada."
- Usted debería ir me dijo.
- Si voy, le traeré algo.
¡Que cantidad innumerable de locuras absorbió mi pensamiento al levantarme y al acostarme después de aquella tarde!......."


Araby
En Dublinenses
James Joyce ed. Nuevo Siglo

envía Jorge L.

comentario
tuve la suerte de leer años atrás Dublinenses, me pareció magistral; encontré - tal como se dice- un aire Benedetti;
Dublín---Montevideo
rodolfo

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